Estamos viviendo un momento donde la población entera puede asomarse a la puerta de los laboratorios y, gracias a los medios de comunicación, ser partícipe de cómo se desarrolla un fármaco en vivo y en directo. Estamos viviendo todos los baches y contratiempos, los visos de buenas noticias que no llegan a término y, sobre todo: la incertidumbre. A poco que hayamos abierto un periódico sabremos que hay varias empresas farmacéuticas compitiendo por sacar la vacuna cuanto antes y, posiblemente, estemos al tanto de que hay una con una propuesta algo peculiar.
La vacuna de Pfizer (una de las más prometedoras hasta donde las notas de prensa permiten saber) emplea un mecanismo diferente al de cualquier otra vacuna aprobada para su uso en humano. De hecho, algunos se refieren a este tipo de vacunas como “genéticas”, lo cual ha despertado un revuelo entre ciertos sectores de la población, preocupados porque la vacuna de Pfizer pudiera alterar nuestro genoma y desencadenar todo tipo de efectos secundarios inesperados. ¿Qué hay de cierto en todo esto? Vamos a analizarlo por partes, pero antes, dejemos claro en qué contexto están teniendo lugar estas afirmaciones tan alarmantes.
Un campo de batalla
Algunos ya han bautizado estos últimos meses como “la guerra de las vacunas”. Los símiles bélicos no son siempre lo más acertado, sobre todo cuando estamos en plena pandemia, no obstante, este refleja bastante bien lo que está sucediendo. Unas cuantas farmacéuticas están empleando todos sus recursos en perseguir un objetivo claro: obtener la vacuna que nos ayude a frenar la COVID. Aquella que lo consiga, no solo mejorará su imagen pública, sino que conseguirá acuerdos muy jugosos con países de todo el mundo.
Claro que, más vale que funcione como prometen. Sabemos que el tiempo es un factor decisivo para conseguir esos acuerdos multimillonarios, pero no a toda costa. Si una farmacéutica se apresura más de lo que debe (y le dejaran comercializar una vacuna de validez cuestionable) podría arriesgarse a que la buena publicidad de haber ganado la carrera se tornara en su contra unos pocos meses después, al descubrir que su efectividad es poco mejor que nada. Así pues, las distintas empresas implicadas están tratando de reducir los tiempos dentro de lo considerado oportuno por las instituciones reguladoras, sin que por ello se comprometa la calidad del producto, por lo que el verdadero juego, ahora mismo, está en la publicidad.
Para embarcarse en un proyecto de este calibre, estas empresas necesitan una sustanciosa inversión de dinero, y para mantenerlo a flote durante la investigación requieren de inyecciones periódicas y nada desdeñables. Una forma de obtenerlas es mediante la publicidad. Si consiguen presentar los datos de tal forma que muestren su mejor cara (lo cual no implica necesariamente mentir) posiblemente encuentren inversores interesados en apostar por el caballo ganador de esta carrera de las vacunas. Del mismo modo, exponer los puntos débiles de otras vacunas puede disuadir a otros inversores de poner dinero en la competencia y, por supuesto, retrasar así el resto de las investigaciones.
Este es el marco en el que está teniendo lugar la guerra de las vacunas, un entorno infoxicado hasta el punto de hacerlo impotable para el lego en desarrollo de fármacos. Lo que no tiene tanta excusa es que haya voces (aparentemente autorizadas) que desde sus licenciaturas se dediquen a sembrar el miedo con afirmaciones absolutamente infundadas. Vaya por delante que no debemos aceptar cualquier afirmación de la industria farmacéutica (ni de nadie) que no venga con las pruebas que la respalden. Hemos de ejercer el pensamiento crítico, pero eso también significa aceptar que, a veces, hay pruebas más que suficientes para confiar en según qué afirmaciones, por ejemplo: que la vacuna de Pfizer no cambia nuestro ADN.
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Lee la noticia completa: ¿Puede volvernos transgénicos la vacuna de Pfizer contra la COVID? La clave para entenderlo | La Razón