Durante los próximos meses, muchos de nosotros nos remangaremos la camisa y recibiremos la primera dosis de una vacuna contra la covid-19, seguida –unas semanas después– de un pinchazo de refuerzo. Si 2020 ha sido el annus horribilis de la pandemia, la esperanza es que 2021 sea el año de la inmunización y de un regreso progresivo a cierta ‘normalidad’ desde el punto de vista económico y social. El panorama, sin embargo, parece mucho menos esperanzador para miles de millones de personas en el mundo en desarrollo.
De acuerdo con el trabajo de un equipo de la Universidad de Duke (EE UU), el total que las tres compañías con vacunas aprobadas (o en vías de serlo) podría producir en los próximos 12 meses bastaría para inmunizar a un tercio de la población mundial durante el próximo año.
Ahora bien, la práctica totalidad de estos viales está ya comprada, o reservada. Y en su mayoría, por los países de altos ingresos (PAI), cuya población apenas llega al 14 % global, así como por algún otro que, sin pertenecer al ‘club de los más ricos’, posee importantes bazas negociadoras; ya sea por su masiva capacidad para producir vacunas (el caso de India) o por su contribución a la investigación clínica de las mismas (como Brasil o México).
En una situación en la que la capacidad actual de producir los ansiados viales va muy por detrás de la demanda mundial –que se calcula en cantidades nunca conocidas en la historia de la producción de vacunas–, es de temer que la gran mayoría de personas en los países de ingresos medios o bajos (PIMB) no puedan acceder a ellas hasta mucho más tarde. De hecho, se estima que los estados con bajos recursos quizás no puedan acceder a la ansiada inmunización hasta 2023 o incluso 2024.
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